Dar sentido a la vida, tomar una dirección bien encaminada, es vivir una vida bien vivida como nos indica Séneca.
El gran dolor con el que viven numerosos directivos su vida, tanto personal, profesional o familiar, es que el juego en el que participan a diario, su trabajo, y tanto les gusta, en el que pasan más horas que sus hijos con los videojuegos: les ocupa más tiempo del que disponen y no pueden vivir su vida.
Se comportan como adictos que no se despegan de él, del trabajo, que una y otra vez, cada día, vuelven a él, a su despacho, a consolidar su insatisfacción.
La metáfora-raiz de nuestra cultura «un valle de lágrimas» nos enfoca en una dirección incorrecta, nos re-dirige a una vida mal vivida desde el principio de la existencia: el sufrimiento, la ansiedad, la depresión, el estrés…
Una nueva metáfora confirma la veracidad del «valle de lagrimas». ¡El mundo se destruye!
Repetido a hasta la saciedad, cada día miles de impactos llegan a través de los media, y confirman las conjeturas: las personas se matan, las empresas quiebran, los productos se canibalizan, la violencia nos rodea, los estúpidos nos gobiernan…
En este entorno ¿Tiene sentido mi vida? Parece que no, pero todos sabemos, incluso los más estúpidos, los más interesados en que ocurra la catástrofe, que la vida es lo único que tiene sentido