Mike era un pollo joven y feliz, hasta que Lloyd Olsen Zweedjk, su dueño, le cortó la cabeza. Entonces, sin quererlo, le convirtió en el pollo más famoso del mundo. ¿La razón? Sobrevivió durante 18 meses a esa terrible amputación: de abril de 1945 a marzo de 1947. Mis respetos a un animal que hoy se ha convertido en un símbolo.
Las empresas están llenan de Mikes . “Van como pollos sin cabeza”. Me decía una directora de proyecto. Le irritaba que su gente no pensara como ella.
Adaptarse conlleva una cierta violencia. Dejar parte de lo propio para tomar parte de lo ajeno, no se logra con una sonrisa. Stanley Milgram (Vídeo) y Salomon Hash (Vídeo) lo demostraron con su experimentos. El primero mostró como las personas cumplen ordenes terribles, que causan daño o sufrimiento a los demás, sin parpadear y Hash nos enseñó a cambiar la opinión de las persona con una sutil presión: ¿alinearlas?.
Algunos jefes quieren tener una granja de pollos sin cabeza y otros solo buscan jefes que coman de su mano.
¿Y Mike, qué hace mientras tanto? ¿Qué hace el becario, el recién contratado, el mayor de 45 años que goza de una nueva oportunidad, el chaval recién salido de una escuela de negocios, el jefe que ha ascendido y tantos y tantos Mikes como hay?
Tiene dos opciones: pensar con la cabeza de otro o pensar con su propia cabeza. Cierto que las dos son igual de válidas y respetables, pero sus resultados son bien distintos.
Vivir sin cabeza exige un gran peaje. Se pierde el sentido de la vida y se vive en la queja. Es difícil recuperar a personas que han vivido sin cabeza, aunque se puede. Se necesita de un largo tiempo para volver a pensar por uno mismo: sin odio, ni rabia.
En cambio al Vivir con la propia cabeza sobre los hombros, si bien al principio no parece extraordinario, más adelante ofrecerá un nada despreciable beneficio: la carrera profesional y la propia vida resultarán satisfactorias.
¡Habrán merecido la pena!