No conozco en persona a Mark Zuckerberg, pero este no parece ser el mismo que viste la camiseta de siempre, ni tiene la mirada que tiene el otro, ni su seguridad. Este debe ser una persona diferente, un doble, un sosias.
Si fuera el mismo de siempre, el chaval joven y poderoso, que tiene la misión de conectar a las personas, su mirada transmitiría ilusión y confianza en el futuro.
En cambio esta mirada es tan radical, tan profunda, tan interna, que recuerda a la mirada de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal, al ver la realidad. No se que realidad ha visto Mark, pero ha debido ser terrible y violentísima.
El equipo de asesores, seguro que son los mejores, ha estado con él durante días y días preparando esta comparecencia ante el Congreso. Habrán analizando las diferentes estrategias y para cada una han construido estupendos argumentos, que habrán ensayado una y otra vez. Su estilista ha elegido un traje respetuoso para la ocasión, sobrio y elegante, discreto.
Pero no ha sido suficiente: han olvidado su mirada. Una mirada que lo dice todo.