Cuando escribí estas páginas vivía solo en la gran ciudad. Ni a mis vecinos, con los que he vivido pared con pared, los he conocido y nada me importa de ellos. Algunos días los veía detrás de las ventanas, escuchaba su música o el ruido chillón de la televisión. En ocasiones sus palabras o algún golpe. Con alguno nunca me he cruzado y dudo mucho que lo haga… Podría seguir describiendo, lo que me rodea, al modo de Thoreau
«Me he movido mucho por aquí y siempre, dondequiera que me haya encontrado, en talleres, oficinas y campos he tenido la sensación de que las gentes hacían penitencia de mil maneras extraordinarias».Thoreau.
Hoy Walden es un bosque de cemento en el que, igual que Toreau, vivimos en soledad. Cientos tal vez millones de personas saben que no existe otro lugar en el que puedan instalarse. La ciudad va con ellos, allá don se muevan. Tanto ha cambiado el mundo en ciento cincuenta años, o tal vez en los años que nos separan de mediados del siglo XX, que muy probablemente podemos decir que éste es otro mundo, un Nuevo Mundo, habitado por las mismas personas de siempre.
Expulsados del Jardín del Edén, apartados de la naturaleza, el hombre actual se ha convertido en esclavo de si mismo, encadenado a un destino del que no puede escapar.
Como Sísifo, Prometeo, Segismundo y tantos otros
«Cuando pienso en mis vecinos, los granjeros de Concord, cuya posición es por lo menos tan buena como la de las otras clases, observo que la mayoría han estado trabajando veinte, treinta o cuarenta años para poder hacerse realmente con su propiedad, que por lo general han heredado con gravámenes o adquirido con capital prestado —y podemos considerar una tercera parte de su labor como coste de sus casas— aunque lo común es que no la hayan pagado todavía» Thoreau.